Ante esta situación, la picaresca y el humor sirvieron como armas para poder mantener vivo el sentimiento nacionalista vasco

Mayo de 1938, el Ministerio de Interior franquista decreta la prohibición de registrar a  niños en el código civil de manera que no fueran consideradas de lengua castellana. A partir de entonces, comenzaba una persecución hacía los nombres euskaldunes por parte del régimen dictatorial de Franco. Ante esta situación, la picaresca y el humor sirvieron como armas para poder mantener vivo el sentimiento nacionalista vasco.

Casos como el del histórico delegado del Gobierno Dorneka Etxarte , que a la hora de registrar a su hijo de nombre Gaizka en la institución competente venezolana, cuando le preguntaron la nacionalidad él respondió, “checoeslovaco y sin ser español”. Y así se quedó. Otro ejemplo de como en estos momentos históricos tan intransigentes, las mejores ocurrencias saltan a la palestra, lo encontramos en la familia Iriondo que logró poner de nombre a su hijo Jel, en alusión al lema del PNV Jaun-goikua eta Lagizara, es decir, Dios y la ley vieja.

Malo y Jelasio

Estos son dos de los muchos ejemplos de familias euskaldunas que lograron mantener los nombres vascos en sus familias. Sin embargo, y tras la ley del 18 de mayo de 1938, todos los nombres «que no solamente están expresados en idioma distinto al oficial castellano, sino que entrañan una significación contraria a la unidad de la patria española» quedaban prohibidos. Gaizka pasó a llamarse Malo y Jel, Jelasio.

La prohibición de los nombres vascos llegó hasta a los cementerios, por ejemplo, al de Gernika-Lumo, donde no podían esculpir lápidas en euskera. Un documento de Alcaldía de Gernika del 2 de noviembre de 1949 certifica que los que tuvieran parientes enterrados debían retirar las losas con «inscripciones en vascuence, por otras en castellano». Y debían hacerlo «con la debida urgencia».

Recuperar los nombres

Tanto para el rescate de nombres ya en el olvido como para la recuperación de las formas originarias, resulta imprescindible investigar, en la medida de lo posible, la documentación antigua y es aquí donde entra la Real Academia de la Lengua Vasca Euskaltzandia.

Euskaltzaindia fue consciente desde su nacimiento de la importancia de investigar el campo de la onomástica, con el fin de recuperar su amplio caudal histórico y proceder a conocer la historia de los nombres vascos. Aquel deseo inicial tardó en plasmarse, debido a la falta de documentación y los primeros frutos comenzaron a aparecer, en forma de nomenclátores, en la década de los setenta.

Cabe destacar, por una parte, los de los nombres de pila, realizados bajo la dirección de José María Satrustegi, y publicados en los años 1972, 1977 y 1983 respectivamente, el último de los cuales incluía unos 1.850 nombres. Si importante fue su edición, más lo fue aún su aceptación social, dado que en pocos años llegó a darse un vuelco espectacular en los nombres impuestos a los recién nacidos, debido también a que el cambio de la legislación abrió la vía para poner nombres vascos. Acción imposible hace 80 años.

Los nombres vascos que han sobrevivido hasta nuestros días, se utilizaron entre el siglo XI y XVI.  Pero es a partir de esta última fecha que desaparecen de los libros bautismales debido a la necesidad de demostrar la pureza de sangre y  evitar la pena de ser expulsado de la península, al igual que los mozárabes, judíos y otras etnias perseguidas por la Casa de los Austrias. Acción que coincidió con el concilio de Trento que obligaba a bautizar a los recién nacidos con nombres cristianos, por lo tanto, aquellos que no lo eran desaparecían.  Todo cambiará  cuando Sabino Arana, fundador del PNV, publique en 1897 el Egutegi Bizakatarra y empuje a toda la población vasca a mostrar sus nombres esukaldunes con total libertad.

Como hemos expuesto anteriormente, los nombres vascos ya existían. Lo que ocurre es que no se registraban. El estudio “Nombres Vascos de Personas”  realizados por Luis Michelena y Angel Yrigaray  en 1955 afirma que las únicas fuentes documentales que se disponen para su estudio son documentos medievales o modernos, redactados en latín o romance, y textos vascos. Dificultando la posibilidad de sacar datos certeros sobre el origen y uso de los nombres vascos.

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